Bithi viajó a Abu Dabi y acabó vendida en un burdel: los recortes en cooperación acechan ahora a las víctimas de trata
En una habitación en penumbra de un edificio de dos pisos situado en un barrio residencial a las afueras de Daca, la capital de Bangladés, Bithi ayuda a su hija con los deberes. “Quiero que vaya al colegio y se esfuerce. No quiero que pase por lo mismo que yo”, afirma esta mujer de 26 años, cuyo apellido se omite por razones de seguridad. Bithi fue víctima de trata entre diciembre de 2023 y abril de 2024. Sus captores la explotaron en dos burdeles en Abu Dabi, fue liberada gracias a la intermediación de la ONG bangladesí Anirban y ahora busca justicia.
En Bangladés, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), de los casi un millón de bangladesíes que emigran al extranjero cada año, debido frecuentemente a las dificultades económicas del país, una parte cae en manos de traficantes y son víctimas de trabajos y matrimonios forzados, explotación sexual y otras formas de esclavitud moderna. El desmantelamiento de USAID, la agencia estadounidense de cooperación, pone ahora en peligro los programas de de apoyo a las supervivientes de trata, que la cooperación de EE UU ha puesto en marcha durante las últimas dos décadas.
Agobiada por las deudas que ella y su marido habían contraído, Bithi decidió viajar a Abu Dabi tras conocer a una mujer que la convenció de que allí podría ganarse mejor la vida, trabajando como camarera en un restaurante. “Me dijo que podía ganar 50.000 BDT o takas bangladesíes (unos 350 euros) al mes. Tenía sentimientos encontrados, pero también sabía que tenía una hija pequeña y que era la única forma de pagar las deudas”, explica.
La mujer, tras hablar con su esposo, Amid, que trabajaba como conductor, decidió pagar aproximadamente 120.000 BDT (unos 840 euros) a la mujer que le sugirió esta opción y que se encargó de todos los trámites del viaje. Bithi hizo las maletas en diciembre de 2023 y, nada más aterrizar, se dio cuenta de que la habían vendido a dos hombres bangladesíes que tenían un burdel en Emiratos.
“Me confiscaron el pasaporte. Otras tres mujeres corrieron la misma suerte y terminamos en una casa en la que había entre 40 y 50 mujeres más”, recuerda Bithi. Cubierta de joyas y con un sari rojo tradicional de Bangladés, Bithi se vio obligada a bailar en un bar y a entretener a los hombres a cambio de dinero. “Lloraba todos los días. Durante los dos primeros meses, me negaba muchas veces a ir al bar, pero eso quería decir que no me pagaban. Así que al final decidía volver y bailar. Pero, una vez, sufrí una crisis nerviosa y rompí a llorar”, relata.
Secuestrada y extorsionadaLloraba todos los días. Durante los dos primeros meses, me negaba muchas veces a ir al bar, pero eso quería decir que no me pagaban. Así que al final decidía volver y bailar
Bithi, superviviente de trata
Mientras tanto, en Bangladés, el marido de Bithi estaba al corriente de la situación de su esposa. “A veces me llamaba desde el baño o a escondidas de los dueños del burdel, llorando y contándome las cosas que le pedían hacer”, cuenta Amid, que añade que pidió ayuda a ONG locales y se puso en contacto con la policía de migración y extranjería de Bangladés.
Pero la pareja perdió el contacto cuando vendieron a Bithi a otro burdel de Abu Dabi. “La habitación en la que estuve durante más de seis meses estaba permanentemente vigilada por cámaras. No se nos permitía hablar con nuestras familias y ni siquiera entre nosotras”, dice Bithi. “Nunca me pagaban en efectivo. Los clientes entregaban todo el dinero al dueño del burdel o a los intermediarios”, prosigue.
Su marido fue extorsionado por uno de los dueños del prostíbulo. Le dijeron que si pagaba aproximadamente 5.000 BDT (35 euros), liberarían a su esposa y se endeudó aún más para reunir el dinero. Pero, a pesar de pagar, los traficantes no liberaron a Bithi. “Estaba destrozada. Viajé a Abu Dabi para ayudar económicamente a mi familia y solo logré aumentar nuestra deuda”, cuenta Bithi.
Finalmente, su esposo contactó con Anirban, que presentó una petición al ministerio que se encarga de los expatriados y este, a su vez, solicitó a la embajada de Bangladés en Emiratos Árabes Unidos, que tomara medidas para su rescate y repatriación. Con la ayuda de la policía local, Bithi fue liberada. Aunque pudo regresar con su familia a Daca en abril de 2024, las autoridades bangladesíes aún no han tomado medidas efectivas contra sus traficantes, advierte Anirban, que desde 2011 ha rescatado a más de 30.000 supervivientes.
“Identificar a los traficantes ha sido especialmente difícil desde el principio. Incluso después de regresar a Bangladés, cuando Bithi pidió ayuda legal, la búsqueda ha sido complicada debido a las deficiencias del sistema legal y las limitaciones económicas que sufre la propia víctima”, dice Almin Noyon, responsable de Anirban.
En este contexto, ya de por sí complicado, el fin de USAID, la agencia estadounidense de cooperación, ha mermado los servicios de atención a las víctimas de trata y ha obstaculizado también que los traficantes rindan cuentas ante la justicia.
Entre 2001 y 2020, USAID puso en marcha los programas de lucha contra el tráfico de personas (CTIP, por sus siglas en inglés) e invirtió 341 millones de dólares para apoyar iniciativas en todas las regiones del mundo. Asia recibía prácticamente el 50% de esos recursos. Pero una reciente investigación publicada por el periódico The Guardian concluía que la “retirada de los fondos puede eclipsar décadas de avances en la lucha contra la esclavitud sexual, el trabajo forzado y la explotación sexual infantil”.
Fondos interrumpidos bruscamenteEstamos tratando de encontrar alguna forma de hacer frente a la situación, el personal directivo está renunciando a una parte de su salario
Marina Sultana, directora de programas de la RMMRU
Anirban no recibe financiación directa de USAID, pero sí se beneficia del apoyo técnico de Winrock International, otra ONG que sí recibe fondos estadounidenses. “Por culpa de los recortes de USAID, las organizaciones locales que trabajan para prevenir la trata de personas han sufrido graves restricciones financieras. Eso ha repercutido en los servicios de ayuda a supervivientes y en las actividades de sensibilización para combatir el tráfico de personas”, dice Noyon, de Anirban.
Es también el caso de la Unidad de Investigación sobre Refugiados y Movimientos Migratorios (RMMRU), que se centra en la lucha contra el tráfico de personas. Marina Sultana, su directora de programas, cuenta que “la RMMRU había conseguido financiación de USAID en 2024 para un proyecto de tres años”. “Pero (los fondos) se interrumpieron inesperadamente al cabo de siete u ocho meses. Teníamos a 15 empleados trabajando en el proyecto y esta interrupción abrupta creó gran incertidumbre dentro del equipo”, señala.
Y, aunque la RMMRU cuenta actualmente con ayuda económica británica, suiza e italiana, estos fondos son limitados, según Sultana. “Estamos tratando de encontrar alguna forma de hacer frente a la situación, el personal directivo está renunciando a una parte de su salario. Es algo realmente difícil de gestionar”, explica. A pesar de la escasez de fondos, Noyon, de Anirban, dice que aún es posible encontrar soluciones eficaces para combatir la trata de personas. “Lo más urgente es reforzar las iniciativas centradas en los supervivientes, garantizarles el acceso a asistencia jurídica, apoyo psicosocial y una reintegración segura”, indica. “El Gobierno [de Bangladés] debería dar prioridad a las políticas contra la trata y crear grupos de trabajo especiales para garantizar la coordinación entre las fuerzas del orden, el poder judicial y la sociedad civil”.
Mientras, en una habitación oscura a las afueras de Daca, Bithi sigue esperando. “He recibido apoyo de varias ONG y de Anirban para rehabilitarme. Pero ahora lo que quiero es ver a mis traficantes en la cárcel. Lo que necesitan todos los supervivientes de la trata de personas es justicia”, concluye.
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