El deber de seguir protegiendo a los niños y niñas con las vacunas

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Me di cuenta de la importancia de las vacunas hace unos 15 años, la primera vez que estuve en terreno en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo (RDC), un país que aún sufría la polio salvaje. Visité un centro de acogida para niños y niñas que habían padecido la enfermedad y que habían sido recibidos allí porque sus familias no podían cuidarlos. Estos niños presentaban desde parálisis parcial hasta casi total. Recuerdo especialmente el rostro de uno de ellos y lo que sentí al verlo arrastrarse por el suelo con chanclas en las manos para no lastimarse, porque no tenía otra forma de desplazarse. Sus piernas estaban deformadas por el virus y no podía acceder a la silla de ruedas, ya que solo disponían de una en el centro y debían turnarse entre ellos. Ver a esos niños y niñas viviendo con parálisis, con tan pocos recursos, pero con una gran fuerza y determinación, me provocó una profunda sensación de injusticia: deberían haber podido vacunarse a tiempo contra la polio. Desde 1988, unos 3.000 millones de niños y niñas han sido inmunizados contra esta enfermedad y 20 millones de personas pueden caminar hoy gracias a esta vacuna.
La RDC ha sido declarada libre de la polio salvaje, pero sigue luchando contra numerosos brotes de otras enfermedades que afectan de manera desproporcionada a niños y niñas. Son enfermedades prevenibles con vacunas, como el sarampión. Desde 2021, el número de casos ha ido en aumento año tras año, tras la caída en la cobertura de vacunación durante y después de la pandemia de covid-19. En 2023 se registraron 10,3 millones de casos de sarampión, un 20% más que en 2022. Desafortunadamente, estamos experimentando una crisis de financiación de los programas de vacunación, lo que hace cada vez más difícil garantizar la salud de los niños y niñas del Sur Global. Esta crisis está limitando enormemente la capacidad de organizaciones como Unicef, la OMS y Gavi, consorcio internacional para la inmunización, para vacunar contra el sarampión a más de 15 millones de niños y niñas vulnerables en países frágiles o afectados por conflictos, entre ellos la RDC.

Unos años después de mi visita al centro de acogida de Kinshasha, estuve trabajando en lo que era entonces el campo de refugiados más grande del mundo, Dadaab, en el norte de Kenia, en la frontera con Somalia. Allí se habían registrado varios casos de polio y, por protocolo, tuve que ponerme una dosis de refuerzo de la vacuna para protegerme doblemente contra un posible contagio. Fue entonces cuando comprendí, de forma más personal, lo que significa poder vacunarse. Saber que podía protegerme contra ese virus fue algo que, con el tiempo, me ha hecho valorar la suerte que tuve de poder inmunizarme; la suerte que tenemos en los países de altos ingresos. Pero no debería ser cuestión de suerte, porque tener garantizado el acceso a los servicios básicos de salud es un derecho. Sin embargo, muchos niños y niñas siguen sin ese acceso, especialmente en países afectados por conflictos, fragilidad o inestabilidad, como Somalia. Y en lo que respecta a ese derecho, vamos a peor desde 2023, un año en el que se estima que 14,5 millones de menores no recibieron ninguna de sus vacunas básicas, frente a los 12,9 millones de 2019. Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a vacunarse.
Son casi 4,2 millones de niños y niñas menores de cinco años los que se han salvado gracias a la inmunización
Una vez, en Somalia, vi a unas chicas jugando bajo el sol abrasador y pensé que, a su edad, yo había tenido la suerte de contar con una pediatra muy avanzada para su época, que recomendó a mis padres vacunarme contra el virus del papiloma humano (VPH), un virus cuya infección representa un importante factor de riesgo para desarrollar varios tipos de cáncer, especialmente el de cuello uterino. En África, la región con la mayor tasa de incidencia de este tipo de cáncer en el mundo, la cobertura de la vacuna casi se duplicó entre 2020 y 2023, pasando del 21 % al 40 %, lo que refleja un esfuerzo global coordinado para erradicar esta enfermedad.
En países como España, es poco probable que veamos las secuelas de la polio o experimentemos una epidemia de sarampión, porque somos conscientes de la importancia de las vacunas. No perdamos esa consciencia, y tampoco perdamos la fe en que la humanidad seguirá trabajando para impedir que más niños y niñas sufran una parálisis por una enfermedad fácilmente prevenible con una vacuna. No podemos dejar de apoyar los programas de vacunación, cuando la historia nos ha demostrado claramente cómo evitan millones de muertes. Son casi 4,2 millones de niños y niñas menores de cinco años los que se han salvado gracias a la inmunización. Nuestro deber es seguir protegiéndolos con vacunas.
EL PAÍS