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Cuando el mundo grita y Dios susurra

Cuando el mundo grita y Dios susurra

Y he aquí que un mundo acelerado y lleno de certezas se ve interrumpido, durante unas semanas, por una Iglesia que insiste en hablar el lenguaje de los signos, de los silencios y de la consideración. Al igual que su Fundador, que escribía en la arena y respondía a las preguntas con parábolas, también la Iglesia sigue operando en el registro del misterio, la metáfora y la revelación lenta. Nada en ella es inmediato y todo en ella es densidad, simbolismo, asombro y discernimiento.

Al final de estas semanas, conocimos al nuevo Papa, cuya elección, como siempre, desafía la lógica de los hombres y las probabilidades de las “casas de apuestas”. El nuevo Papa León XIV es americano de sangre, pero andino por vocación. Formado en el seno de la Iglesia católica estadounidense, se confirmó en una Iglesia misionera, en el vasto y diverso territorio del Perú, donde, por ejemplo en Iquitos, en el corazón de la Amazonía, la vida todavía se mide por ritmos más cercanos al pulso de la tierra que a las notificaciones en una pantalla.

Es precisamente este hombre quien elige heredar el nombre de León XIII, el padre de la Doctrina Social de la Iglesia, como si trazara una línea entre el grito de los pobres y el corazón de la Iglesia. Junto a esta elección, otros signos: el cardenal Prevost, nombrado por Francisco para el Dicasterio de los Obispos, parece una figura de continuidad, como si la Providencia tejiera discretamente un tapiz cuyos motivos solo se revelan cuando se mira desde lejos. ¿Y cómo no ver también un eco de Francisco de Asís, aquel que se despojó del mundo para abrazar a Jesucristo y que tuvo –sorprendentemente– como compañero y discípulo a Fray León, a quien escribió palabras de ternura y consejos? No es casualidad que el nombre “Leão” resurja ahora como un aliento antiguo y renovado. Hay códigos que sólo el corazón puede leer.

También en las primeras palabras del nuevo Papa escuchamos “paz”, “construir puentes” y “unidad”. Palabras que nos dejan en suspenso respecto a su pontificado, como semillas arrojadas a la tierra que queremos ver germinar.

Hoy, en tiempos de guerras, conflictos y polarización, de líderes políticos que priorizan las trincheras en lugar de la reconciliación, estas son las palabras urgentes y necesarias.

Para los católicos, la presencia del Espíritu Santo es muy clara, soplando donde y como Él quiere. No según nuestras expectativas, sino según Su voluntad. ¡Y qué sentido del humor y qué buen gusto para la ironía tiene el Espíritu Santo! Sólo Él podía imaginar que la respuesta a nuestro tiempo de ruidosas certezas vendría dada por un símbolo tan ambiguo, tan cargado de significado, tan poético y tan desconcertante como este nuevo Papa.

Tal vez éste sea, después de todo, el milagro: en una época que ya no tiene tiempo para el misterio, el misterio todavía tiene tiempo para nosotros.

observador

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