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Las huelgas, los árboles y el bosque

Las huelgas, los árboles y el bosque

1 “Un día tendremos que acabar con esto”, afirmó el primer ministro durante su campaña, en referencia a una huelga de conductores del CP que durará una semana. El Primer Ministro podría haber hecho esa declaración en relación con muchas otras situaciones que están matando a gente en Portugal: a las personas, a la economía, al futuro y a la dignidad. Pero fue en relación a la huelga en CP que el Primer Ministro se sintió aliviado y pareció enojado. Para que la gente pueda aprovechar todo el contenido risible y nada risible que contiene esta huelga, vale la pena leer la información proporcionada por CP: “…huelgas convocadas por los sindicatos ASCEF, ASSIFECO, FECTRANS, FENTCOP, SINAFE, SINDEFER, SINFA, SINFB, SINTTI, SIOFA, SNAQ, SNTSF, STF y STMEFE, entre el 7 y el 8 de mayo de 2025, por el sindicato SMAQ, entre el 7 y el 14 de mayo de 2025, y por el sindicato SFRCI, entre el 11 y el 14 de mayo…”.

Existe un riesgo nada despreciable de que la declaración del Primer Ministro sea una diatriba. Estos arrebatos son extremadamente comunes y están asociados a una esperanza clandestina de que las cosas sucederán por sí solas y que no hay necesidad de molestar a nadie. Todos los políticos tienen esos delicados y dolorosos arrebatos, con los que quieren transmitir la idea de que un ejército de leyes y soldados se prepara y, vestido de camuflaje, ya empuña la pluma en la mano derecha y la espada en la izquierda. Lo que nos enseña la historia reciente es menos bélico y más cercano a lo que sería el final de una edición del Sequim d'ouro, un simpático concurso de canciones infantiles, donde el sequim una vez fue una moneda de oro y hoy es solo una pequeña rueda de hojalata dorada, imitando una moneda, utilizada para hacer espectáculo.

Si no es así, y el Primer Ministro tiene verdadera intención de acabar con las distintas enfermedades que azotan al enfermo país –o al menos con las huelgas de trenes–, valdrá la pena que ese hombre se convierta en Primer Ministro. El puesto de primer ministro, una condición que en su caso y en cualquier otra alternativa sería algo entre indiferente y catastrófico, podría entonces ser de alguna utilidad. No sacará a Portugal de la miseria, la infestación y la vergüenza, pero permitirá que su cuerpo moribundo resista y tenga mejor aspecto.

2 En encrucijadas como ésta —un país de trenes parados, con voluntades abandonadas y protagonismos mediocres, en un momento en el que lo único que vemos son las caravanas de partidos en movimiento y, de fondo, como un bajo anestesiante, el activismo y las causas—, hay una oportunidad para que un político se convierta en estadista.

Las reacciones a las palabras del Primer Ministro son bastante claras sobre lo que le espera. Con una excepción, anticipan una oposición implacable, que permitirá a los 15 sindicatos presentes en el CP seguir realizando sus huelgas semanales, estacionales o especiales, y garantizar por canon que las huelgas se puedan realizar con arrogante desprecio por la comunidad y sin ninguna penalización por los daños.

Pedro Nuno Santos señaló que “nunca en su vida escucharán a un dirigente del PS cuestionar la ley de huelga”. Es una manera profunda de expresar sus pensamientos, aunque está plagado de dos ilusiones: la de ser el líder del PS y la de que la vida equivale a la dolorosa duración de su papel protagónico. El PNS es uno de los casos más melancólicos de la política portuguesa. PNS es un joven bondadoso e impulsivo (pese a sus 48 años, no se suele decir que sea un hombre inteligente y reflexivo) con una capacidad repetidamente demostrada para cometer errores suntuosos y telegénicos. Fue catapultado a un lugar donde no tenía ningún futuro ni brillantez a corto plazo y en el que António Costa no quería comprometer su delfinario, es decir, aquellos que apoyaban al PNS con la misma frialdad con la que animarían a un cazador a entrar en un bosque que se había quemado. Es un poco molesto que él no lo vea, porque no parece una mala persona, pero realmente no tiene el mismo peso en el partido que otras figuras socialistas.

André Ventura pasó desapercibido en este episodio de la polémica constitucional. Chega es sin duda el partido que menos se identifica con la constitución, pero no compromete una buena táctica ocasional por una bandera estratégica. El día en que el primer ministro se mostró preocupado por la huelga de trenes, André Ventura se enfrentó a los gitanos en la calle y aceptó desempeñar el papel del único portugués indignado.

Rui Tavares pasó las últimas 24 horas dando un discurso difuso que incluyó elementos de capoeira y capoeira – gallos, huevos… – y su expresión más enigmática fue “Hablamos para ser mayoría, no hablamos para ser un nicho”. Es cierto que será un plan al menos a cinco años vista, si no es para cuando se produzca algún fenómeno parecido a la avicultura, pero con pollos. Tiene un objetivo para las próximas elecciones, pero no reveló cuál es “porque trae mala suerte”. Su entrega a la imaginación popular es excusable, como también lo es su apego al precepto constitucional que pone a Portugal en el “camino hacia una sociedad socialista”, aunque ambos deban mucho a la superstición. Livre no permitirá ningún cambio en la constitución.

Paulo Raimundo tiene un discurso sobre las palabras del PM, y una posible modificación de la ley de huelga, que sólo no es alegórico e ininteligible porque no es necesario saber lo que dice el PCP para saber lo que piensa el PCP. El pensamiento del partido comunista es la herencia inmovilizada de un grupo que la ley de la vida ha hecho cada vez más pequeño y, para hacerlo folklórico y visible, de unos jóvenes que se empeñan en llevar camisetas con la cara del Che Guevara, un asesino espantoso que cualquier persona normal desearía que no hubiera existido.

Mariana Mortágua reaccionó fuerte a la idea de que el primer ministro cambie la ley de huelga. Dijo, en Coimbra, donde aún no ha comenzado la Queima das Fitas: “…hablar sólo y exclusivamente de trabajo en una campaña para decir que cambiará el derecho de huelga de los trabajadores revela claramente el programa de la derecha…”. La vinculación de la señora con el mundo laboral no está clara pero, si es tan sólida como piensa MM, es preocupante pensar que sólo el 4,36% de los portugueses trabaja. “Nunca escuchamos al Primer Ministro preocuparse por quienes toman los trenes…”, una segunda queja de MM que levanta una sospecha aún no revelada: que la modificación de la ley de huelga pretende, después de todo, hacer las huelgas aún más fáciles, más frecuentes y más penalizadoras para quienes usan los trenes.

Inês Sousa Real afirmó que la huelga “está penalizando al lado equivocado”, lo que es una posición inequívoca del lado del pueblo. Pero se opone a cualquier modificación a la ley de huelga y tiene la idea de que el ejecutivo debe negociar, una idea natural y sencilla, pero sin ninguna alusión discriminatoria a quién será el interlocutor en un partido llamado Pueblo, Animales y Naturaleza.

No hay certeza de que el desafío lanzado y aceptado tenga consecuencias. En una campaña electoral, los líderes de los partidos se permiten decir cualquier cosa. Los perdedores no tendrán que cumplir sus promesas. Los ganadores no podrán hacerlo porque los perdedores opondrán obstáculos insuperables. Ha sido así.

La reforma estructural implica romper las certezas convencionales. Reformar no es cambiar cosas, es transformar a las personas. La invocación del derecho sagrado de huelga, que es preliminar e indiscutible, es insistir en un dogma que sólo tiene cabida en una sociedad dogmática y estancada. Se trata de una afirmación falaz que refleja una grave estrechez de miras y es completamente ajena al sentido de la convivencia entre las personas.

Todos los partidos de izquierda, aquellos que en un régimen político de partidos se atribuyen la calidad de depositarios de verdades inequívocas, se opondrán a la voluntad del primer ministro de modificar la ley de huelga –si el actual primer ministro se convierte en primer ministro después del 18 de mayo y si no ha olvidado lo que dijo-. Lo harán en el Parlamento, según la mayoría que tengan, y lo harán en la calle. Los sindicatos se movilizarán para jornadas heroicas de resistencia, crearán caos y difundirán la idea de que no es su culpa. Los periodistas –educados acríticamente en el ambiente del socialismo tardío que paraliza Europa o, más sencillamente, educados– alzarán aún más la voz y dirán, sin reírse, que son un bastión de la democracia. La población vivirá pacientemente estos días o semanas –a menos que algún acontecimiento inesperado despierte la vena explosiva y ruidosa que alimenta los corazones de las masas– y finalmente creerá que las cosas no estaban tan mal y que el gobierno tiene gran parte de la culpa por no dialogar.

Lo más probable es que esto se deba a lo que se conoce de la historia. A menos que el Primer Ministro esté convencido de algunas cosas.

3 Quien vaya a afrontar una batalla dura y prolongada debe estar decidido a ganarla. Tienes que aclarar si tienes razón o no y, si después de repetidos ejercicios críticos decides que tienes razón, tienes que cumplir todas las condiciones para ganar. La lucha de 15 meses de la señora Thatcher con los sindicatos mineros se cita como un ejemplo clásico de organización y determinación, más allá de cualquier opinión que uno pueda tener sobre la recuperación económica y la estructura de la identidad británica. Una reforma choca con intereses arraigados. En el caso de los sindicatos, los intereses están asociados a un larguísimo entrenamiento en la inmovilidad y en el arte de hacerse pesado. Entonces, puede ser necesario dejar a alguien atrás. No dejar a nadie atrás cobra sentido cuando llevamos a los alumnos de 1º de Bachillerato a una excursión al Oceanario. En una sociedad adulta, donde imperan el egoísmo, el mal y el oportunismo, este es un mantra fatal que sólo ha incrementado las injusticias. Alguien tiene que quedarse atrás si no quiere avanzar.

Al realizar transformaciones profundas, es necesario resolver el dilema del árbol y el bosque: ver el árbol y no prestar atención al bosque o mirar el bosque y no ver el árbol. Cualquiera de estos puntos de vista puede ser apropiado en diferentes momentos y en diferentes circunstancias. Es una opción metodológica, una elección que se hace en función de lo que se pretende observar. Coexisten o se presentan a lo largo del tiempo en el mismo observador o en diferentes observadores; Es de la síntesis de los dos tipos de información que resulta un mejor conocimiento. Un gobierno que propone una reforma está obligado a recoger exhaustivamente información a todas las escalas, de cada individuo y de toda una sociedad, de un indicador y de una tendencia. Nadie que apoye la frente contra un roble podrá ver que alrededor hay un inmenso bosque de pinos que está ardiendo. Ningún D. Dinis, absorto en la plantación de barcos para construir, notará la primera procesionaria tejiendo sus telas en el pino más anónimo de su pinar. Un político puede leer gráficos en la oscuridad, pero si no puede leer los ojos de un hombre, difícilmente tomará una buena decisión. Un ingeniero hidráulico puede examinar un grifo seco durante una semana, con gafas y armado con dos doctorados en grifería, pero solo desentrañará el problema de la falta de agua cuando se levante y eche un vistazo a toda una red fluvial. Se podrían hacer otros tipos de comparaciones con fabricantes de pastelería, gasolineras y diseñadores de moda. Pero son los políticos los que están más interesados ​​en exigir una visión más amplia de la realidad antes de tomar sus decisiones.

A pesar de. ¿Qué importancia tiene la realidad, los hechos, a la hora de orientar el pensamiento y el comportamiento? ¿O en una reinterpretación de la escena política, en el discurso y las propuestas de los políticos? Poco.

4 Las políticas, entendidas como instrumentos de modificación de la realidad encarnada en los partidos, deben mucho más a una realidad proyectada que a la realidad presente. Y la realidad proyectada está definida por ideologías. En un régimen democrático de partidos, la versión de democracia que prevalece actualmente, las ideologías establecen métodos y objetivos relativamente inflexibles. Obedecen a una necesidad de orden y permanencia que es de carácter místico-religioso y, como en las religiones, ofrecen un marco de pensamiento que sustituye al propio pensamiento. Para cada uno de sus miembros, ya sea del PCP o de la IURD, la ideología tiene una función simplificadora y de seguridad en el proceso de toma de decisiones, ofrece el consuelo de una convicción de grupo, se refuerza con ceremonias de exteriorización reafirmante –congresos, manifestaciones, misas…– y condiciona una visión intransigente y proselitista del mundo.

El apoyo que da la realidad a la decisión política es muy pequeño. La decisión política se basa en aspectos convenientes de la realidad, el fragmento de realidad seleccionado en el presente para encajar con la realidad proyectada hacia el futuro –a veces un árbol, cuando el bosque es más conveniente. El uso desapasionado de una interpretación amplia de la realidad como base de las transformaciones ocurre esporádicamente y en situaciones críticas, a veces para bien y a veces para mal. Un mundo lleno de instrumentos de apoyo a la toma de decisiones no ha hecho que la toma de decisiones políticas sea más clara. Las razones profundas y tribales del juego partidista siguen imponiendo sus reglas.

Otras razones, menos cínicas, hacen que la percepción integrada del árbol y del bosque resulte incómoda. Son razones menores y afectan a los políticos el día que les toca ejercer el poder. Entonces todo el edificio de tus promesas se vuelve menos sólido de lo que parecía o queda guardado en el cajón. Durante los primeros meses esta necesidad se justifica por un legado inesperado de caos y desorden, hay revocaciones que hacer, planes de emergencia que implementar… y el partido rival se ve convenientemente abrumado por acusaciones. La política como arte de lo posible aparece implícita en los discursos, y bajo este humo de Bismarck se esconde la dramática afirmación de Churchill: “No basta con que hagamos lo mejor que podamos; a veces tenemos que hacer lo que es necesario”.

Los políticos tienen una dificultad natural para hacer lo necesario. Porque casi siempre es difícil, técnicamente exigente e impopular. Y como la mayoría de los políticos carecen de competencia, tienden a valorar lo único que les pertenece: la popularidad. Decidir es elegir y, en última instancia, todo se reduce a una única pregunta. ¿Qué vida es más valiosa: la que se queja hoy frente al televisor o la que se queja y se apagará mañana sin que nadie la vea? Es una pregunta que ronda las decisiones políticas transformadoras, aquellas que se le plantean a un estadista.

Sin duda, es muy difícil para Montenegro reformar la estructura económica cuando ve a multitud de pequeños empresarios que siempre están atrapados en un almacén donde se reparan motos, o disciplinar el ejercicio de las huelgas cuando puede necesitar los votos del PS para reformar la sanidad. Pero son cosas como estas las que se te piden.

A veces el árbol y el bosque parecen incompatibles. Esta contradicción contiene la pesadilla más insostenible de los estadistas, aquellos que eligieron, aquellos que hicieron lo que era necesario. Sabrán, porque debe ser parte de su naturaleza todavía humana, que no morirán alucinando por aquellos a quienes no salvaron. Y olvidados o vilipendiados por aquellos que fueron salvados.

observador

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