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Gasto de defensa y reforma del Estado

Gasto de defensa y reforma del Estado

“El gobierno no puede hacer al hombre más rico, pero puede hacerlo más pobre”, Ludwig von Mises (1929)

Garantizar que los países miembros de la OTAN cumplan el objetivo de destinar el 2% de su PIB al gasto militar no es solo una cuestión técnica o presupuestaria; es, sobre todo, un desafío existencial para la cohesión estratégica de la Alianza Atlántica. Una unión militar sólida depende intrínsecamente de la capacidad y la disposición de sus miembros para asumir responsabilidades equilibradas. Sin embargo, el riesgo de que la solidaridad construida durante las últimas décadas se desmorone representa un coste mucho mayor que el esfuerzo financiero que requiere este compromiso.

El debate presupuestario que se debate actualmente no puede ignorar una dimensión histórica esencial. Durante décadas, Estados Unidos ha aportado una parte desproporcionada de la financiación europea de defensa, pero también se ha beneficiado de concesiones estratégicas de sus aliados europeos. Las bases militares estadounidenses repartidas por toda Europa no solo son símbolos de protección, sino también instrumentos estratégicos para proyectar el poder estadounidense a nivel global. Además, los pedidos militares europeos a proveedores estadounidenses han generado importantes beneficios para la industria estadounidense. El papel predominante de Estados Unidos en la OTAN conlleva tanto una carga presupuestaria como un beneficio estratégico, que parece estar en proceso de revisión fundamental.

En el nuevo marco que se está elaborando, Europa se enfrenta a un reto crucial: negociar un periodo de transición adaptado a sus capacidades y necesidades específicas. La presión estadounidense para un rápido aumento del gasto militar no solo exige el cumplimiento del objetivo del 2% del PIB, sino que también sugiere un crecimiento potencial de hasta el 5%, lo que hace probable que aumente gradualmente hasta al menos el 3% o el 3,5%. Si no existe una estrategia clara y concertada por parte de los europeos, el rápido aumento del gasto militar inevitablemente acabará beneficiando a la capacidad instalada, especialmente a las grandes industrias de defensa estadounidenses, sobre todo en un contexto necesariamente inflacionario, debido a las limitaciones de suministro (el suministro en la industria militar es muy rígido, basado en contratos de programa negociados durante largos años).

Este escenario debe verse como una oportunidad para fortalecer la autonomía estratégica de Europa mediante el desarrollo de su propia industria militar, con planes plurianuales realistas y eficaces. Para Portugal, en particular, este es el momento ideal para canalizar recursos hacia la modernización de su flota marítima e invertir decisivamente en nuevas tecnologías, como drones, exploración espacial y capacidades avanzadas de ciberseguridad, evitando así que los principales actores internacionales absorban los esfuerzos presupuestarios nacionales.

Este aumento del gasto militar se produce en un contexto en el que el mundo está experimentando profundos cambios, lo que exige que los Estados se adapten significativamente a las nuevas realidades geopolíticas y económicas. Si no se hace nada en cuanto al gasto estatal, una mayor inversión en defensa implicará necesariamente menos recursos para otras áreas esenciales, lo que aumenta la presión sobre los gobiernos para ser más eficientes. Portugal, en cualquier caso, tiene un importante margen de mejora en la lucha contra el despilfarro. Aprovechando el escenario actual de pleno empleo, el envejecimiento de la función pública, la digitalización y el potencial de la inteligencia artificial, Portugal tiene la oportunidad de implementar una profunda reforma del Estado.

El inicio de una nueva legislatura merece un auténtico apoyo ciudadano, especialmente cuando el gobierno se beneficia de la confianza reforzada por el voto popular. Sin embargo, esta mayor legitimidad conlleva una mayor responsabilidad. Vivimos tiempos difíciles, y el estado de gracia del gobierno inevitablemente se desvanecerá en un abrir y cerrar de ojos. Dado el riesgo real de quiebra del régimen, este gobierno necesita sentar bases sólidas para reformas estructurales en el funcionamiento del Estado, que vayan más allá de meros parches. No basta con resolver las dificultades inmediatas. Es necesario demostrar visión estratégica y una capacidad real para transformar los cimientos del Estado portugués en los próximos doce meses.

La reciente creación de un ministerio dedicado exclusivamente a la “Reforma del Estado” merece, por tanto, una reflexión crítica. No basta con crear estructuras administrativas aisladas, ni ministerios adyacentes con la tarea de reformar lo que les compete. Una reforma consistente requiere un liderazgo inequívoco del Primer Ministro y un compromiso transversal y permanente de todos los miembros del gobierno y las entidades públicas. Las oportunidades están ahí: la digitalización acelerada por la IA y el envejecimiento de la función pública no son amenazas, sino claras oportunidades para modernizar la Administración Pública sin conflictos sociales: menos empleados, pero más cualificados, mejor preparados y remunerados, integrados en una estructura más ágil y tecnológicamente avanzada, que retribuye más a la ciudadanía y es más económica. Solo generando ahorros sustanciales, haciendo más y mejor, liberando recursos esenciales, sin imponer una carga adicional al contribuyente, será posible lograr un mayor bienestar para todos.

observador

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